martes, 10 de septiembre de 2013

Capítulo 7: ¿Inicio de amores?

Narra Vachel
Creo que me he perdido algo, desde que Sympho despertó hace un par de horas, ha pasado algo muy extraño. Con el cuenco de palomitas en la mano como mientras veo la peli, al mirar de reojo a Fausto, que abraza a la recién despertada, veo que hay algo distinto. Ambos están muy juntitos y él le muerde la oreja en cuanto ella se despista haciendo que pegue un grito. Están saliendo o es mi imaginación, una de dos. Resoplo apartando el pelo de mi cara y le paso el cuenco a Judy, que parece estar también recuperada. Ver que soy el único solitario en esta casa irrita bastante, así que al acabar la peli decido ir a la biblioteca. Me pongo un pantalón vaquero de color gris un poco roto y una blusa azul marino. Me calzo unas deportivas de marca que me compro Symphony y tras coger el móvil y la cartera, me voy.
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En recepción está la preciosa chica de ojos celestes, nos sonreimos mutuamente y  me saluda agitando la mano con timidez. Sus ojos se asemejan a los de aquella pandilla de mal agüero que hizo aquello a mis amigos. El recordar la terrible experiencia hace que me hierva la sangre. Me dirijo a la sección de libros de historia hasta que encuentro los libros sobre Cambium. Busco información, miró libros antiguos y otros más reciente, pero todos cuentan lo mismo. Estoy dispuesto a marcharme cuando Lorette me detiene para entregarme una carpeta roja con algo escrito en permanente: "Cambium (espero que te sirva)".
-Dentro hay información, la mayoría son rumores, pero igual te sirve algo.
-Muchas gracias, eres fantástica.
-De nada, espero que vengas aquí más a menudo.
-Ni lo dudes. Tendré que invitarte a algo para agradecértelo.
-No hace falta.- responde formando una equis con sus brazos.
-Insisto, el sábado si te viene bien sería genial.
-A las cinco puedo.
-Pues a esa hora.
Nos intercambiamos los números para poder hablarnos y no sé que me pasa, pero me da corte darle un beso. Me despido con un adiós tímido antes de salir como una bala, quiero gritar, gritar de alegría y no sé porqué. Estoy muy raro hoy, al llegar al piso me abre Judy que enseguida me pregunta que si estoy enamorado o algo. No. No sé. Puede que si. Me voy al salón donde Fausto puso una cama que compró hace menos de un día. Vacío el contenido del sobre donde hay siete folios escritos a manos y grapados por una esquina. También hay fotos de la ciudad y un papel perfectamente doblado de color rosa. Abro el papelito rosa en el que me dice:
"Hace tiempo que no veo a alguien con pasión por la verdad, me has sacado una sonrisa y este es mi agradecimiento".
Ese papel me lo guardo en la cartera, lo llevaría conmigo a todos lados. El informe que me ha escrito dice que se cree que se debe a un ataque militar secreto, con un gas tóxico o algún veneno líquido que fue absorbido por las plantas. La chica se esmera, dibujó hasta un gráfico sobre el posible suceso. Su letra es cursiva, muy dedicada, dicen que la letra dice mucho del carácter de una persona. La mía es una porquería que parece árabe, mejor será que no la vea nunca. Leo todo varias veces, muchas fuentes dice que si hubo supervivientes, pero el Consejo y las fuerzas armadas lo niegan. Raro. Yo estoy vivo, mi padre lo estuvo y lo mismo de mi abuelo, a ver si dejan de dar a las personas por muertas tan a la ligera. En ese momento Symphony se lanza sobre mí para ver que hacía, hasta tras una paliza era pura energía.
Lee el informe antes de mirarme con extrañeza.
-He leído sobre esto antes...
-¿Qué?
-En una revista, fue en ¡El hospital! Había una revista que decía algo sobre la destrucción de una ciudad hace cuarenta años. Sin supervivientes.
-Hubo supervivientes, como mi abuelo.
-Puedo tratar de infiltrarme en el ordenador del Consejo.
-Si te rastrean estamos muertos.- le digo sin apartar la vista de los papeles.
-Como prefieras.
Se va casi tan rápido como vino, dando pequeños saltitos como una niña llena de felicidad. Ella había leído un artículo con la misma mentira de que no hay supervivientes.
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Tres días después, el sábado, quedo con Lorette en la biblioteca. Desde allí caminamos un par de manzanas hasta que llegamos a una pequeña cafetería escondida con un aspecto de lo más rústico. Tiene una fachada de ladrillos rojos un poco desgastados y hiedra trepando por la pared. Las chicas han elegido la ropa, por lo que puedo asegurar que voy bien vestido. Ella me mira con timidez mientras me pregunta cosas de mi vida, trato de ser lo más sincero posible. Sigo prendado de su belleza, lleva el pelo atado en una trenza larga que coloca  a un lado de su cabeza. Va vestida con una blusa a rayas rojas y blancas, con un mono de tela vaquera que le queda muy bien. Creo que estoy prendado de ella, esa muchacha de aspecto puro e inocente había marcado mi corazón en el que ahora rezaba: propiedad de Lorette. A la hora de pedir se toma un chocolate con leche condensada, la bebida más dulce que una se podría imaginar, yo cojo un café sólo al que ni echo azúcar. Ella demasiado dulce y yo excesivamente amargo, no pegamos ni con cola. Le agradezco la información que me otorgó diciéndole lo útil que me fue, sus blancas mejillas adoptan el color del algodón de azúcar y dice que no es nada. Modestia, una chica modesta es mucho más atractiva que una engreída. No se creen superior al resto, por lo que se vuelven mucho más agradables.
-¿De donde vienes? No te había visto antes.
-De Igni, lo extraño es que sigo vivo.
-Esa es la ciudad de las escalas, vivir allí no debe ser fácil, sobretodo si eres pobre.
-Apenas da para comer.
-No me digas que...-dice frenándose a sí misma.
-Lamentablemente sí, mi abuelo fue a Igni hace casi medio siglo, vivimos en la miseria. Ahora un amigo nos ayuda con los gastos.
-Un buen amigo supongo.
-Es el novio de mi mejor amiga, una estupenda persona.
-Lo de novio lo has dicho de forma rara ¿Esa chica...te gusta?
-No, pero como no estoy seguro de que estén saliendo me cuesta decirla.- le aclaro por si se está haciendo una idea equivocada.
-Ah, vale. Supongo que ya tendrás novia.
-La verdad es que nunca he salido con nadie ¿Y tú?
-Como tú.- me contesta mirándose las manos.- Podríamos probar a salir entre nosotros, es una tontería, no debí decirlo.
-Me gustaría.
No creí lo que dije, le dice que sí a una chica a la que apenas conocía. Ambos tartamudeamos tras decir aquello, era la primera vez que me ocurría semejante cosa. Continuamos hablando largo y tendido, todo lo que hablamos resulta más importante a su lado. Sus gestos son preciosos, como se posa el dedo por los labios antes de hablar y como remueve la cucharilla de vez en cuando con aire distraído.
Al despedirme de ella le doy un beso en la mejilla, tengo que agacharme un poco pues es más bajita que yo. Usa un perfume con aroma a fresas que me gusta mucho. En el camino de vuelta me manda un mensaje en el que me dice que le ha gustado mi compañía. Todos me acribillan a preguntas al entrar a casa, sólo le había contado lo de mi cita, entre comillas, a las chicas. Lo que no me pareció normal es que los chicos también preguntaran por como fue. Será verdad eso que entre parejas se cuenta todo. Me sirvo un bol de cereales bien fríos cuando veo que se reúnen para cenar y otra vez me siento desplazado. Claudio y Judy se dan de comer el uno al otro, el miembro masculino de la otra pareja intenta dar de comer a su chica, pero esta cierra la boca.
Al irme a dormir me alegro de haber decidido quedarme en el salón, no me gustaría tener que estar en ninguna de las otras habitaciones. Aunque sé que no hacen nada obsceno pues no se escucha nada.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Capítulo 6: Dolor y amor

Narra Symphony
Esta sensación es tan extraña, jamás la había tenido. Mi corazón palpita a la velocidad que un colibrí agita sus alas, no puedo evitarlo. De mi cara ni hablamos, roja como los pétalos de una rosa en su momento de esplendor. Quiero escapar de aquel brazo que sujeta mi cintura, que junta su cuerpo contra el mío mientras andamos. Parecemos una pareja, hasta Claudio y Judy se mantienen más alejados, tan sólo cogidos de la mano. Sentir el calor de su cuerpo me incomodaba bastante, por lo que andaba más tensa que la cuerda de una guitarra.
El desfile es algo que calificaría como hermoso y espectacular. Tienen lo más novedoso en tecnología, hologramas muy conseguidos de seres fantásticos que paseaban entre la gente, o incluso volaban sobre ellos. La banda iba al compás sin fallar en una nota o sonar disonante, las bailarinas se movían al ritmo de la música contoneándose como verdaderas diosas. Sus ropas son otra de las cosas que me fascinó, plumas, brillo, luz, con colores fantásticos de los que te hacen soltar una ovación. Fausto ya no me toma por la cintura, se limita a contemplar el espectáculo, como el resto. Hago fotos que más tarde subiré al blog, Fausto me trata de quitar el móvil de nuevo, pero el bueno de Vachel se lo impide. Le saco la lengua de forma burletera antes de alejarme para que no me cogiera. En ese momento vuelvo a ver a esos tipos, con esta ya les había visto tres veces. Por alguna extraña razón creo que nos están siguiendo, era un presentimiento que me invade el pecho. Como me quedo mirando a aquella pandilla, no advierto que Fausto me ha alcanzado.
-¿Qué miras?- me pregunta con curiosidad.
-Nada, no miro nada.
-Pues venga, vámonos...¿Dónde se ha ido el resto?
-Es verdad, no están. Llamaré a Judy.
-Mejor no lo hagas, quiero pasar un tiempo a solas contigo.- dice al cogerme de la mano.
-Fausto, casi siempre estamos juntos. Ahora suéltame.
-Eso es mentira, las únicas veces que estamos juntos a solas es cuando estás inconsciente por lo mucho que bebes.- lo que dice me duele.
-Te has pasado de cruel, ha sido una indirecta en toda regla.
-Lo siento, pero odio que te emborraches, a mi me gustaba eras una sencilla e inocente niña. Hay veces que apenas te reconozco con todos esos piercings, esa ropa y ese pelo ¡Quiero a la chica de la que me enamoré!
-¿Qué?- es lo único que soy capaz de articular.
-Era mentira, no lo decía en serio.- se apresura a decir.
-Y hablas de crueldad, con esas cosas no se juega. Por cierto, si tanto te molesta que beba tanto, dejaré de beber y respecto a los pierciengs, también tenía planeado cambiar de imagen, las fuerzas armadas no quieren monos de feria.
-¿Lo harías por mí? Realmente eres una buena persona.
-No soy buena persona, eres tú quien me contagia.
Me besó en la mejilla con una ternura muy propia en él, su beso volvió a ponerme nerviosa ¿Acaso me gustaba? Deseché la idea casi tan rápido como vino, él no podía gustarme, ni en un millón de años. Aún así el mero roce de sus dedos contra mi piel hacía que un cosquilleo recorriese mi espalda. Despegó sus labios de mi piel y sujetó mi rostro con sus manos cuando me dijo:
-Si que estoy enamorado de ti.
Me quedo sin habla, no pude ni soltar un triste monosílabo. Doy un paso atrás rompiendo el contacto visual, se me acaba de declarar mi mejor amigo. Un torrente de emociones me embarga, le quiero, pero no sé si de esa forma. Él espera una respuesta de mí, una respuesta que no tengo.
-Has vuelto a caer.
-Hijo de perra.- digo entre dientes.
Se ríe con tanta fuerza que se lleva la mano al estómago del dolor. Sufro una mezcla de euforia y decepción, me sentía fuera de presiones, pero por otro lado esperaba tener a alguien que me quisiera. Él sería perfecto para ese papel, era buena persona, gracioso, quizás un poco pesado, pero también era educado, listo y muy atractivo. Puede que yo no le gustase por mi físico y mí exceso por la bebida, como ya me había dicho. Mañana le daría una sorpresa, pienso mientras ambos entramos por la puerta que daba a la parte techada del parque de atracciones, de blancas y curvas paredes metálicas.  El grupo raro nos sigue, eso ya sobrepasa lo inusual, por eso meto mí mano izquierda en el bolso buscando mi puño de acero. Fausto se ha dado cuenta también del hecho de que nos siguen, así que con cierto disimulo saca una pequeña navaja. Sonreimos con complicidad, ambos hemos estado metidos en diversas peleas, yo más que él. Eran algo normal cuando se trataba de dos hijos de miembros del Consejo, todos nos odian. Nos vamos hacia el pasillo de mantenimiento, donde están las salas de máquinas, los despachos y los cuartos de la limpieza, allí hay menos movimiento. Esperamos a que vengan, no tardan más de dos minutos en aparecer. Al no saber sus intenciones escondemos las armas para que no las vean. El que parece ser el líder se adelanta quedando un paso por delante de los demás. Lleva un pelo alborotado de color lila y ropa gótica con demasiado accesorios. Tiene los ojos de un azul muy claro, casi transparente, no creo que ese sea su color de ojos real, por lo que lo aludo a lentillas. Si quiere pelea la tendrá, aún con la infección que me invade el brazo soy capaz de dejar inconsciente mínimo a uno de ellos. El chico no abre la boca, si venía a hablar ya estaba tardando. Si intentaba lograr una pausa dramática había alargado demasiado el momento hasta el punto de resultar irritante. Cuando ve que nos hemos hartado, se pasa la lengua por los labios y, finalmente, habla.
-Hijos del Consejo, hacía mucho que ninguno tenía la desfachatez de venir aquí.
-¿No tenemos derecho a divertirnos?- dice Fausto.
-Si, pero no en nuestro territorio. Vuestros padres regentan las normas, dictan lo que saldrá o no a la luz, deciden quien es y no es pobre.
-Ellos, no nosotros.
-Pero atacando a sus hijos, podremos lograr que nos escuchen. Nos toman por locos, nos ignoran, un secuestro puede que cambie algo.
-Claro, no hay nada mejor que un delito para demostrar vuestra cordura.- digo sardónicamente.
-Tú burlarte.
-Es lo que hacía la señorita. Déjame una cosa clara antes que limpie el suelo con tu cara...
-No quiero perder el tiempo.- interrumpe el gótico lanzándose al ataque.
Ataca a Fausto, quien esquiva el golpe con astucia y le pega un puñetazo que lo deja en el suelo. Entre tanto, una chica de pelo blanco con las mismas lentillas de sus compañeros, decide que será mi contendiente. Lleva una blusa roja con una calavera negra en el centro y unos shorts a juego con la calavera. El combate no comienza muy bien para mí, la tía usa nunchakus y me dan el pierna. Tras soltar un gemido de dolor me incorporo antes de darle de lleno con el puño de hierro en la mandíbula. Al caer al suelo la empiezo a usar de saco de boxeo, pero de los dos compañeros que permanecen sin intervenir, uno siente lástima y se acerca. Es más pequeña que yo, tiene aspecto asustado, lo único que hace es pedir clemencia por su amiga. Esta chica que viste con colores chillones parecía estar completamente fuera de lugar.
Fausto y el gótico siguen con las patadas y puñetazos, ambos sin usar armas, Fausto no quería herirle. Cuando trato de ayudarle me sujeta un chico con una gorra que le cubre casi los ojos, era el que faltaba por intervenir. Veo como mi amigo cae al suelo ya casi inconsciente, tengo que ayudarle, pero no puedo. Me retuerzo tratando de golpear sus piernas o al menos poder darle un mordisco en la mano. Parezco un pez fuera del agua tratando de respirar y como mis movimientos le resultan molestos me golpea varias veces haciendo que quede tirada en el suelo. Antes de perder la consciencia oigo la voz de Vachel y la parejita, que malas jugadas te puede pasar la mente. Alargo la mano en un último intento de sujetar la de Fausto, no lo logro.
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Abro los ojos despacio, la luz me molesta mucho, la habitación da vueltas y juro que por un momento me parece que se va a replegar sobre sí misma. Lo que es ver bien, no veo, sólo distingo siluetas débiles y emborronadas con aspecto grotesco a mi parecer. Lo último que hice fue pelear, al menos puedo asegurar que mis recuerdos están intactos. Voy a sentarme, pero un peso en mi pecho me frena, por lo que permanezco inmóvil. A mis oídos llega una voz suave y conocida, alterada por los sentimientos, pero la reconocía. Fausto. Una voz le contesta, es más grave y un poco ronca, sin duda es ¿Vachel? ¿Acaso no habíamos perdido y por lo tanto, secuestrados? Vuelvo a tratar de erguirme, el mismo peso me echa para atrás otra vez y hace que me cueste respirar. Con la mano palpo lo que hay sobre mí, es una persona y por lo que parece llora. Le doy golpes con la mano para que reaccione y se aparte, no lo hace. Le suelto un puñetazo en la cabeza y como me escasean las fuerzas apenas se inmuta, pero se levanta y me mira. Era Fausto, ya había pasado un rato desde que desperté por lo que mi vista estaba lo suficientemente bien como para distinguirle.
-¿Estamos secuestrados?
-No, imbécil.- me responde  feliz y con los ojos llorosos.
-Estás raro, más de lo normal.
-Llevas casi dos días en este estado, Vachel tenía razón, sólo te hacía falta descansar.
-Los tipejos frikis...¿Qué pasó con ellos?
-Claudio y Vachel, que son unos brutos. Me da que mataron al del gorro, al final de la pelea no respondía.
-Espero que lo hayan hecho ¿Estás bien?- pregunto al ver sus cardenales y el labio partido.
-Mis golpes fueron a la cara, los tuyos al estómago, técnicamente estamos iguales.
-La verdad es que prefiero no verme.
-Yo tengo miedo de ver como estás, ha sido Judy la que te ha tratado.-dice pasando la mano por la zona vendada de mi estómago.
-Es una sanadora, como en los MMORPG.
-Tanta tecnología está haciendo que hables en un idioma que desconozco. Me disgusta un poco que hayas despertado, quería probar el plan B.
-¿Cuál era?
-Yo lo llamo "despertar a Blancanieves".- responde antes de salir del cuarto y cerrar la puerta.
¿Ha sido una insinuación de beso? Debe ser que todavía estoy media dormida. Me pongo en pie casi de golpe, pero ese exceso de energía repercute sobre mi cuerpo causando dolor. Lo bueno es que podría descansar, me digo a mí misma mientras busco mis zapatillas debajo de la cama. Me topo con algo mullido y blandito que emite una especie de ronroneo al acariciarlo ¡Venus! La saco de su escondrijo antes de estrujarla, ya ni cojea. Las zapatillas las encuentro en el armario, bien colocadas a un lado. Me dispongo a salir del cuarto para ver a los chicos cuando ellos entran con estrépito. Vachel me abraza con tanta fuerza que hace que despegue los pies del suelo, Judy lo hace de forma más cariñosa y Claudio apenas me toca. Parecen realmente felices de que siga viva, es algo que hace que me sienta dichosa. Sus muestras de afecto eran hasta asfixiantes, pero se agradecían.
En la cocina todo está más tranquilo, pues los únicos ahí somos Fausto y yo, el resto está viendo una película. Me entrega una ensalada césar, dice que si me da un plato de carne vomitaré. No tengo hambre, llevo dos días sin comer, pero no tengo hambre.
-Puedo darte de comer si lo prefieres.- dice con el tenedor en la mano.
-No, puedo sola.- contesto cortándole el rollo.
-Symphony, ¿Por qué eres más cruel y tajante conmigo que con el resto?
-Creo que es porque te tengo más confianza. Cocinas de lujo, por cierto. No creas que lo hago por odio, es por todo lo contrario.
-Acabas de decir que me quieres.
-Eh...no.-digo nerviosa.
-Lo has dicho, lo has insinuado.
-Jamás me enamoraría de alguien que no me corresponde.
-¿Quién fue el tonto que te dio a entender eso? Si quieres vamos a la cama y te enseño lo mucho que te quiero.
-No...no me gusta ir tan rápido...lo siento...si eso esperas de una relación olvídate de mí.
-Que linda eres, joder.- dice besando mi mejilla a escasos milímetros de mis labios.
-No te tomes tantas confianzas señor Rarito.
-Anda que a ti no te gustaría meter mano a este cuerpo que tengo.- dice poniendo morritos.
Pero mira a éste, que rápido se tomaba confianzas cuando se sentía liberado de presiones. Aún así no puedo esconder esa sonrisa, de tonta enamorada. Me pongo a jugar con la comida antes de atravesar la lechuga con el tenedor y llevarme el cubierto a la boca. Alguien me interrumpe dando pequeños golpecitos con los nudillos sobre la mesa. Alzo la vista para ver a Claudio, me mira con esa cara que dice: "Uy, aquí ha pasado algo".
-Déjame adivinar ¿Que será?- canturrea.- ¿Será que Fausto te hace tilín?
-A lo mejor, nunca se sabe.
-No mientas angelito, te mueres por sus huesos, muchas felicidades por haber encontrado el amor.
Un beso fugaz se deposita en mi frente y luego me levanta de la frente arrastrándome al salón. Me siento en suelo entre las piernas de mi ¿Amigo? ¿Novio? Bueno, entre las piernas de Fausto.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Capítulo 5: Buenas y malas noticias

Narra Vachel
Fausto asintió convencido cuando el médico le volvió a preguntar si de verdad tenía el dinero. Sacó una chequera de su bolsillo antes de firmar un talón por veinte mil dólares. Claudio le dio un abrazo mientras le agradece mil y una veces lo que había hecho por su novia. Fausto se muestra molesto ante el contacto con el muchacho y le empuja enseguida con gesto de asco. Symphony suelta una carcajada que debió oirse por todo el pasillo, le hacía gracia ver a Fausto enfadado por semejante tontería. La noto más alegre ahora que sabe que Judy se recuperará.
Sorprendentemente es la primera en salir corriendo en cuanto avisan de que puede tener visita. Aunque al llegar a la puerta da un frenazo en seco, pone cara de póker y entra con aire de indiferencia. Lo primero que hace al verla es darle un beso, le daba igual que estuviéramos ahí, no le importaba. A los tres se nos debe haber quedado una cara impresionante, al más puro estilo del cuadro de Edvard Munch, El grito. Cerramos la puerta a nuestras espaldas con sumo cuidado para dejarles intimidad, pero no pasan ni cinco segundos desde que la cerramos cuando Claudio la vuelve a abrir llamándonos tontos. A mi todo eso del romanticismo me parecía asqueroso, si de mí dependiese mataría al romanticismo y lo enterraría en las profundidades de la tierra. Me quedo en pie apoyado sobre la pared, ellos parlotean sin parar durante una hora, luego nos marchamos sin Claudio. Él se quedó en el hospital, pasaría la noche allí junto a su querida.
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Lo primero que hago al llegar a la casa es revisar todas nuestras pertenencias por si había algún bicho más, pero está todo limpio. Me bebo unos tres litros de agua, tanto tute estoy que no me tengo en pie, sólo quiero dormir. La ciudad, pese a que es de noche, estaba muy animada y se oían los festejos que tan comunes eran allí. Symphony bajó a comprar algo de ropa para nosotros, en Shine las tiendas no parecían cerrar. Al regresar nos entrega un par de pijamas y se encierra en el baño para cambiarse y asearse. Uno tendría que dormir en el sillón, probablemente me tocaría a mí, pienso con aire depresivo. Fausto se pone un pasador en el pelo a la hora de preparar la cena, lo cual me sorprende porque supuse que tendría cocineros. Fettuccine con salsa Alfredo, olía que alimenta. Casi no puedo esperar a que estemos todos sentados alrededor de la mesa para ponerme a comer. A Symphony le cuesta comer con las heridas de la mano y aunque Fausto se ofrece a darle de comer, ella le gruñe antes forzar sus manos para que sujetaran al tenedor.
-¿Sabes que esa actitud de chica cabezota es muy poco atractiva?- le dice Fausto.
-No me importa.- responde sacando la lengua.
-Dejen la pelea para luego, parecéis niños. Del amor al odio sólo hay un paso, ya habéis oído el dicho.
-Entre nosotros no hay amor, ni lo habrá.- contesta con convicción.
-Claro.- responde con tristeza Fausto.
-Cambiando de tema, ¿dónde dormiremos cada uno?
-Yo puedo dormir en el sillón y vosotros en la cama, así podréis descansar.
-¡No!- bramo de improviso.
-¿Acaso no te gustaría pasar una noche conmigo, guapo?- me dice Fausto con tono insinuante y burletero mientras me guiña un ojo.
-Ni en mis peores pesadillas.
-Pues echadlo a cara o cruz. Yo me voy a sobar ya.- dice Symphony antes de irse.
Tal y como nos dijo, lo echamos a suerte y al final acabé ganando. Me acuesto en la cama junto a Symphony, ella ya está dormida, yo no tardo en sumirme en un placido sueño que fue reparador.
A la mañana me despierto el primero, me dirijo a la cocina con un sueño tremendo, bostezo a cada rato y siento que si me quedo quieto me volveré a dormir. Medio consciente abro la nevera para servirme un vaso de leche, dejo el cartón de leche sobre la encimera de mármol y me llevo el vaso. Cuando voy a sentarme a la mesa paso delante de Fausto y como ver que todavía sigue descansando me molesta, poso la base del vaso sobre su frente. Pone una mueca de disgusto antes de comenzar a agitar las manos en el aire, luego abre los ojos de golpe y se lleva las manos a la cabeza. Emito un risa cruel con una voz más ronca de lo normal, así que me tengo que aclarar la garganta tras la burla. Fausto se estira antes colocarse boca abajo para seguir durmiendo, será gandul.
Sentado en de las sillas de mimbre que rodean la mesa de cristal me bebo despacio lo que sería mi desayuno. Lavo el vaso más por manía que por consideración, me cambió de ropa y salgo a la calle. Fuera hace fresco, el aire choca contra mi espalda, aquí hace un frío que pela. Las aceras están en su mayoría vacías, la carretera desierta, no se puede tener buena noche y buen día, me digo a mi mismo. Estoy buscando una biblioteca, para obtener información sobre mi ciudad natal. Son pocas las personas con la que me encuentro, pero pregunto a todas si en la zona hay alguna librería o biblioteca. Al final tras varias indicaciones encuentro el lugar, es un edificio de fachada de color trigo, de aspecto antiguo, pero por los acabo se nota que no tendrá más de veinte años. Pregunto a la chica del mostrador si tienen información sobre una ciudad que fue destruida hace veinte años. La chica, una joven de pelo platino y ojos de un celeste que parece que se puede ver a través de ellos, me dice que le parece que si tienen. Le pide a una mujer de unos treinta y poco años que la cubra, ella se levanta de su sitio y me guía  por los numerosos pasillos llenos de libros. Se coloca unas gafas de montura rosa cuando llena a una zona de libros históricos. La muchacha tiene aspecto aniñado no tendría más edad que yo, mediría un poco más de metro sesenta y era bastante guapa.
-Aquí tienes.- dijo mostrando dos libros de apariencia desgastada.- Es extraño que gente de tu edad se interese por estas cosas.
-Era la ciudad de mi abuelo, jamás me dio información sobre lo que ocurrió.
-Si mal no recuerdo lo que tú buscas es la antigua ciudad del comercio, Cambium. Por cierto, mi nombre es Lorette
-Yo soy Vachel, mucho gusto.
-Lo mismo digo y espero verte por aquí más veces. Si me disculpas he de volver a mí puesto.- se excusa con educación.
La veo irse con andar elegante hacia el mostrador, no lleva tacones, sino unas bailarinas doradas que no elevan para nada su altura. Me gustan las chicas con ese aspecto tan natural, sin apenas maquillaje en el rostro que atenuen sus imperfecciones. Una persona era como era, no había vuelta de hoja, pero intentar engañar al mundo aparentando carecer de defectos, eso no me gustaba. Bajo la vista hacia el libro, de cubierta de cuero marrón, con letras escritas en negro; Cambium: La ciudad del comercio. Me dirijo a una de las mesas vacías que veo.
Aquel lugar era la descripción de agradable, dominaba el silencio, olía a madera, a papel y un poco a polvo. La decoración era agradable, ficus adornando el final de las secciones, claveles en el centro de las mesas para dar un poco de color, un sitio en el que a mi personalmente me gustaba estar.
Abro el libro de hojas amarillentas por el transcurso del paso del tiempo y el polvo acumulado tras años de estantería. Tras ojear un poco el libro, encuentro un pasaje interesante, en el que decía:
"En pleno auge, la ciudad se vio asolada por un virus, el nombre del cual ha sido protegido por el gobierno. Las fuerzas armadas fueron partícipes del intento de rescate de los ciudadanos. Según los datos mostrados semanas después, no hubo supervivientes."
Leo las tres últimas palabras varias veces, aquello debía ser erróneo, mi familia sobrevivió. Le saco una foto a la página cuando veo que llevo enfrascado en la lectura unas dos horas, coloco el libro en su estante, me despido de Lorette y me largo corriendo de allí. Recorriendo las mismas calles en orden inverso, tratando de recordar algún retazo de mi memoria que me ayude a volver. Tras un par de confusiones hallo el edificio en el que ahora Symphony vivía. Antes de tocar la puerta ya oigo los gritos de ambos en medio de una pelea, todavía no eran ni las doce y ellos con ese barullo. Había momentos en los que se llevaban tan bien como dos espíritus afines y en otros se llevaban tan mal como perros y gatos, éste era uno de esos momentos.
Toco la puerta con los nudillos, pero no sucede nada, ambos pasan de mí olímpicamente. Vuelvo a golpear la puerta, está vez lo hago con más fuerza y tras lanzar algo metálico a juzgar por el sonido, me abren. Fausto es quien aparece tras la puerta, al verle la cara descubro que tiene una brecha en la frente. En la cocina está Symphony con una sartén en la mano, en el suelo hay una cacerola, ¿se la había lanzado al pobre? Recojo la cacerola del suelo antes de mirar a ambos en busca de una respuesta cuerda, pero sé de antemano que no la recibiré.
-¡Me ha robado el móvil!
-Vives enganchada a la red, por un día no te vas a morir.
-Llevo casi una semana sin actualizar mi blog, me tomarán por muerta.- se defiende antes de lanzarse contra él para recuperar el móvil.
-¿Os habéis golpeado por esa estupidez?
-Ella es así de tonta.
-No la culpes a ella que tú también tienes tus cosas. Dale el cacharrito antes de que te dé un sartenazo.
-Mi móvil no es un cacharrito, pero gracias por hacer que me lo devuelva.
Al recuperar el móvil de última generación besa la pantalla táctil y se sienta en el sofá a escribir. Fausto la llama adicta antes de irse al baño a limpiar la sangre que le corría por el rostro. Se queja mientras presiona un paño contra su herida y parece que a Symphony le remuerde la conciencia, porque tras actualizar su blog, se levanta para ver si Fausto se encuentra bien.
Aporrean la puerta, lo hacen con fuerza. Yo abro de golpe antes de que se carguen la madera y veo a Claudio con la ropa empapada. Afuera estaba lloviendo, se oían las gotas chocar reiteradamente en la ventana, una y otra y otra vez. No escampaba, cuando yo regresaba cayeron las primeras chispas, parecía que se hubiera bañado con la ropa puesta. Sin saludarme siquiera se fue a la habitación mientras se despojaba de su ropa hasta quedar en calzoncillos. Me llevo la mano a la frente antes de indicarle donde está la ropa limpia. Symphony y Fausto se sobresaltan al ver al chico que ha salido de la nada, resulta que había vuelto porque Judy estaba preocupado por él. No había comido nada desde hace veinticuatro horas y ella temía que fuese un riesgo para su salud. Fausto, que se ha autoproclamado chef de la casa, prepara algo para que coma. Puede que no fuese muy simpático a la hora de servirle la comida y que le soltara un par de insultos, pero aún así era normal, puesto que la chica a la que amaba estaba enamorado del chico al que detestaba. Visto así suena un poco rollo, hasta estúpido, lo sé.
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El muy manipulador de Claudio nos acaba arrastrando hasta el hospital, a Symphony hay que hacerla entrar casi a patadas, ya que se sujeta a la puerta cual gato al ver agua. Sabemos de sobra que odia todo lo relacionado con medicina, pero eso ya es pasarse. Le doy un capón que me es devuelto por Fausto, parece ser que es más protector con ella de lo que pensaba. Al entrar en la clínica nos vamos directos a la habitación de Judy, hay un grupo de chicos cerca de su habitación, pero están tan subidos en su conversación que ni nos ven. Visten raro, muy estrafalarios, en total son cuatro, dos chicos y dos chicas. El que parece el mayor, de pelo morado y atuendos góticos recargados se pone a escribir algo en su móvil. Una de las chicas si que se da cuenta de nuestra presencia, nos saluda con una sonrisa. Ésta tiene afecto por las vestimentas de colores chillones, parece más amigable que sus compañeros.
Al entrar, hablamos con Judy sobre el tiempo que tardarían en darle el alta, lo que me sorprendió es que se la daban hoy. Por la noche ya estaría en casa, aunque ella quería ir al desfile que había hoy y al parque de atracciones. Casi se muere, pero ella no perdía el ánimo. Como estaba enferma, le hicimos el gusto.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Capítulo 4: Exceso de cariño y un insecto mortal

Narra Symphony
Le he tenido que decir a Fausto que estaba bien y el me comentó que había venido a buscarme junto con Vachel. Al menos he podido pasar al hospital para que me curen el brazo, no está excesivamente infectado así que se pondrá bien, aquel animal tenía buenas zarpas. Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo, asustada, herida y sola en un lugar que desconozco trataría de sobrevivir y desconfiaría de la gente. Según me dijeron en el veterinario al que fui tras salir del hospital sólo tenía una leve cojera que se pasaría con reposo, al parecer era una hembra de yaguarandí domésticada, por lo que alguien la había abandonado. En esta ciudad era común ver mascotas acompañando a sus dueños, pero ninguna tan singular como aquel puma con tamaño de gato. Las heridas que tengo por haber roto el vaso están cicatrizadas, pero la infección por la zarpa es de mayor gravedad así que llevo vendas puestas en el antebrazo derecho. Lo que más me supo al alquilar un piso fue el poder darme una ducha y cambiarme de ropa, sentirme limpia y fresca como una rosa. Me pongo un vestido rojo de algodón que me llega a las rodillas y un chaleco vaquero de color gris oscuro con mis zapatillas de toda la vida, la ropa la había comprado a un mercader por ocho pavos. Era mejor que llevar ropa sucia como una mendiga en medio de la calle. La yaguardí, bautizada por mí como Venus, se había quedado dormida en mi cama, así que no alteré su sueño y salí a la calle con energías renovadas. Puede que pasara un tiempo en esta ciudad, me digo a mi misma sacando fotos como toda buena turista. El móvil comienza a sonar en cuanto lo voy a guardar en el bolso, era una llamada de Fausto, así que contesto.
-Estamos en la entrada.
-Yo estoy cerca, voy para allá.- digo sin darle demasiada importancia.
Dejo atrás el banco en el que estaba sentada para salir en su busca, de camino choco contra unos chicos de aspecto extravagante, aún más que los que vi en Nova, no me dicen nada por haber chocado con ellos. El que ni siquiera se quejaran me parecía raro, pero no tenía tiempo para pensar en que era y en que no era raro. Continué abriéndome paso a codazos hasta que los encontré. Me dispuse a dar un abrazo a ambos chicos, pero entonces veo a Judy y a Claudio, por lo que retrocedo tanto que estoy a punto de bajar al suelo asfaltado. Fausto intentó acercarse a mí, pero le grité enfurecida que me había mentido. Aquello era como una traición a mi persona, había traído al chico que me gustaba y a su novia, parecía un plan maquiavélico para hacerme sufrir. Le miro con mezcla de odio y tristeza, no me esperaba eso de él, mi compañero, mi amigo, mi apoyo ¿Acaso no podría confiar mis secretos a nadie? Debió decírmelo, para algo éramos amigos, existía la confianza.
-Symphony, lo siento, no quería mentirte.
-Aún así lo has hecho.
-De haberte dicho la verdad no hubieras accedido. Estaba preocupado por ti.
-Sé que te preocupas por mí, pero me las arreglo bien sola.
-Yo estaba muy bebida esa noche, perdona por mi comportamiento.- se disculpa la pelirroja.
-No me fui por eso sólo, así que no pasa nada. Además, si Claudio es feliz, yo también debería serlo.- digo mostrando una sonrisa de dientes perlados que me cuesta esbozar.- Aunque tú no te libras tan fácilmente Fausto.
-¿Por casualidad sabes donde podemos bañarnos?- pregunta Vachel.
-Oh, si, he alquilado un piso.
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Les llevo hasta donde había comenzado a vivir, no es un lugar muy grande, pero había hueco para todos. Judy es la primera en correr hacia el baño, parecía no estar acostumbrada a la suciedad. Suelto una risa inaudible antes de enseñar la casa a los chicos, todos se llevaron un buen susto al ver a Venus, ya que emitió un bufido. Ellos todavía tienen que instalarse por lo que yo sólo soy un estorbo si me quedo. Subo por las escaleras de incendios a la azotea. Me gusta sentir el aire fresco chocando contra mi cuerpo, parece que se lleva todas las malas energías. Extiendo los brazos para dejarme mecer por la suave brisa, cierro los ojos y permanezco quieta. Mi pelo ondea al son de aire, quiero dejarme caer, me encantaba hacerlo en casa, pero el suelo aquí era de cemento y en casa lo hacía sobre el césped. Si ahora me tirara al suelo acabaría probablemente con una factura craneal. Siento como unos brazos rodean mi cintura y como una barbilla se apoyaba en mi hombro. Mi cuerpo se tensa y me encojo, pero al bajar la mirada para apartar sus manos distingo un anillo plateado con una piedra negra, es el anillo de Fausto. Me da un beso en la mejilla y luego se aparta por si acaso se me ocurre pegarle un puñetazo o algo por el estilo. Me doy la vuelta y el sonríe de forma jovial cuando ve que le miro fijamente. Ya se ha bañado, pero se dio más prisa por verme y no se tomó las molestias de secarse el pelo, que ahora goteaba mojando su camisa.
-Casi logras que me dé un infarto.- dice cogiéndome la mano.
No sé si para él eso de cogerme la mano significa algo, pues siempre ha sido muy atento y cariñoso.
-¿Y eso?¿Tan mal me veo?
-No, tú siempre estás...Me refería a cuando te fuiste.
-Lo siento, y te robé una cosa.- digo sacando la lengua.- Me llevé tu blusa de emergencia.
-No tienes futuro como ladrona, eso apenas vale nada.
-Quería tener algo que me diera fuerza cuando flaqueara y como no te podía llevar, cogí algo tuyo.
-Eres tonta.- me dice con rostro serio.- Me podrías haber llevado, no me negaría.
-Eso no lo dudo. Gracias por venir, así no me siento tan sola. Aunque podrías haber dejado a Claudio y a Judy en el bosque.
Le abrazo con ternura y él me besa la frente antes de invitarme a bajar junto a él. Que buen amigo es para aguantarme como lo hace desde hace tanto. Al llegar vemos a los dos chicos atacando los dulces y la comida que había comprado, casi me da un infarto. Hacer la compra me había supuesto una gran cantidad de dinero, debía de alcanzarme para todo el mes. Se estaban bebiendo hasta la leche de soja, Claudio se la está tomando a morro de la botella. Se la arranco de golpe y en ese momento escucho un grito y el golpe de algo pesado al caer en la habitación contigua. Todos nos sobresaltamos, el que reacciona primero es Vachel, que sale corriendo como alma que lleva el diablo hacia donde gritó Judy. Nos la encontramos tirada en el suelo inconsciente, sobre su pierna hay un extraño insecto que parece un alacran con alas de mariposa. Ese insecto, en la escuela lo habían nombrado, provocaba trombosis por coagulación y llegaba a ser mortal. Encierro al insecto en un bote vacío de mermelada y le pido a Vachel que haga un par de agujeros en la tapa para que el bicho no muera asfixiado. Llamo a la ambulancia desde el fijo para que manden una ambulancia. Cuando me aseguro de que ya vienen busco el botiquín en el que me pareció ver warfarina, si había le podría inyectar una dosis mínima. Para mala suerte de Judy el medicamento estaba caducado, por lo que sólo pudimos esperar. Los de urgencias se la llevaron enseguida, Claudio no fue en la ambulancia, estaba paralizado por el miedo y no paraba de temblar como un perro asustado. Creo que esa vez fue cuando realmente comprendí que él la amaba, que temía tanto por la vida de la chica que era incapaz de reaccionar, incapaz de ver un mundo sin ella. Una oleada de envidia sacude mi cuerpo, ellos tenían todo lo que yo había querido y aunque parecía que aquello les volvía débiles, en realidad les fortalecía. Odiaba cuando Fausto tenía razón, que era casi siempre. En ese momento la cadena del encaprichamiento se rompió, un eslabón se partió y la dividió, cortando cualquier lazo, frágil cual hilo de araña. Veo que la posibilidad de un amor entre nosotros se torna casi imposible. Le pregunto si vamos al hospital, él asiente cuando vuelve en sí y le acompañamos.
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No nos permiten verla, está en cuidados intensivos. Alcohol, cloro, desinfectante, sangre, muerte. Aquel olor a hospital me anula el sentido del olfato, no me gusta estar allí, siento que tengo un peso en el pecho que me impide respirar con normalidad. El ambiente cargado, con las salas de espera a tope y los enfermeros y médicos transportando camillas de un lugar a otro. La ansiedad se apodera de mí, ver a tanta gente enferma no me gusta, así que me levanto de la silla para ir a la salida. Ahí me compro algo dulce porque creo que me voy a desmayar, una chocolatina con almendras.
-Me olvidaba de que no te gustan estos sitios.- dice pellizcándome la mejilla.
-Es un ambiente demasiado tenso para mi gusto.
-Pues a mi me ibas a visitar todos los días, nunca fallabas.
-Creo que por eso ahora los odio, no me gustaba que estuvieses allí.
-¿Te preocupaba?- pregunta acercándose a mi para acariciarme el pelo.
-Lo normal entre amigos.- contesto dando un mordisco al dulce.
-Yo creo que te preocupabas un poco más.
Cuando me acabo la chocolatina veo que no me quita el ojo de encima.
-Me he manchado ¿No?
-¿Cómo lo has adivinado?- dice fingiendo sorpresa antes de reírse.
-Oh, venga ya. No deberías burlarte cuando sabes que siempre me pasa.
Trato de limpiarme con la mano, pero al parecer no acierto porque Fausto pasa su dedo por mis labios con cuidado. Luego se limpia con un pañuelo que sacó del bolsillo y que luego volvió a guardar. Mira si era difícil, hubiera sido más fácil que me diera el pañuelo, sin necesidad de todo lo demás.
-¿Sabes por qué he tenido que salir? No ha sido sólo por ese olor a productos de limpieza.
-No lo entiendo.- me dice ladeando un poco la cabeza.
-Tuve que irme porque tenía miedo de que si permanecía allí llegara un médico y nos dijera que...que Judy...- la voz se me quiebra y me desmorono.- ¡No quiero que muera! ¡La odio, pero no soy tan mala como para quererla muerta! Quien sabe lo que haría Claudio si eso pasara, podría hasta suicidarse y su familia...su familia quedaría destrozada. Todo sería por mi culpa.
-No, no es culpa tuya. Nada de esto es culpa tuya.- me repite envolviéndome entre sus brazos con voz suave, a la par que tranquilizadora.
En cualquier otro momento le hubiera apartado de un golpe, pero su compañía en estos momentos me resultaba muy placentera. Cierro los ojos para escuchar los latidos de su corazón, van a una velocidad de vértigo. Su cuerpo es cálido y cómodo, huele a mi jabón con extracto de coco. Siento como su respiración choca con mi pelo y como sus labios me besan la cabeza. Intento deshacerme de su abrazo cuando excede los límites de la normalidad, pero éste me frena para estrechar más nuestros cuerpos antes de soltarme definitivamente. En ese momento el rojo domina su rostro, creo que el mismo color también lo posee ahora mi cara. Él era mi amigo no debería de haber hecho eso, menudo lío, nada parecía salir a derechas últimamente.
-¿Por qué lo has hecho?- le pregunto.
-Parecía que lo necesitabas.
-Ya, pero no tenía por qué durar casi dos minutos.
Parece disgustado ante mi súbito enfado, pero se esfuerza en curvar sus labios en una sonrisa tímida. Logró darme ánimos para volver a entrar en aquel lugar sin sentirme asfixiada o a punto de tener un ataque de ansiedad. Nos volvemos a sentar en las sillas, Claudio está llorando en silencio con las manos cubriendo su rostro. Vachel está con los brazos cruzados y los ojos cerrados, hubiese jurado que estaba dormido de no ser porque golpeaba el suelo con uno de sus pies en un gesto nervioso. Yo comienzo a leer una revista tratando de no ponerme histérica ante la tardanza de los médicos en otorgarnos alguna nueva. Hay un artículo en especial que me llama la atención, es sobre unos rumores sobre la destrucción de una antigua ciudad, hace cuarenta años. Como aquella noticia me parece algo muy triste, paso página con rapidez para ponerme a leer un artículo sobre el parque de atracciones. Según pasaba el tiempo yo acabé con la revista y me puse a leer otra, al llegar a la mitad llegó un médico para decirnos que estaba estabilizada, pero que (siempre hay un pero) no podría ser dada de alta debido a que necesitaba medicación y tratamientos constantes. Resulta que las hemotoxinas del insecto permanecían en el organismo y que hacía falta un ingrediente demasiado caro como para que el hospital lo tuviera a su disposición. Era una planta conocida comúnmente como "don de ángel" que sólo crecía en una montaña bajo unas condiciones específicas. El precio era demasiado caro como para poder pagarlo, aquella planta tenía un precio de casi veinte mil pavos. Claudio, que se había puesto en pie al ver al doctor, se tiene que sentar al oir el precio. Yo siento que me vengo abajo, que el mundo se cae a mi pies. Cuando se tiene una vida como la mía en la que lo malo suele ser algo pasajero y nunca permanente o significativo, aquello duele como si te clavaran una flecha envuelta en fuego. Sin darme cuenta me he tapado la boca con la mano por la sorpresa e impotencia, no podía hacer nada por ella, pienso cerrando los ojos con fuerza. Pero cuando creo que la esperanza está en algún nicho, lejos de aquí, Fausto dice que él puede hacerse cargo.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 3: Un trayecto insólito

Narra Vachel
Hace un buen rato que Claudio se fue de la carnicería para buscar lo que se le había olvidado, dijo que era para Judy. Sigo sólo haciendo el trabajo, al fin y al cabo se lo debía, pues yo desaparecía cada dos por tres sin dar ni una explicación. La gente solía venir a está hora, pues era cuando se comenzaba a preparar lo que sería el almuerzo. Al final, despacho a todos para poder tener un rato de tranquilidad que aprovecho para volver a recogerme mi pelo de color carbón, luego tiro los guantes sucios y los sustituyo por otros limpios. Un rato después aparece Claudio que apenas se sostiene en pie, debe haber venido corriendo cuando vio que se le había hecho tarde. Cuando logró recuperar la respiración ocupó su puesto como si nada hubiera pasado.
La campanilla de la puerta que nos avisa cuando llega un cliente tintinea con rapidez, el que entra es ese chico rubio de ojos grises que siempre está con Symphony, parece muy alterado por algo. En sus ojos se veía que estaba nervioso y enfadado. Cuando llega lo primero que hace es soltar a mi amigo un puñetazo que le cruza la cara y le hace caer al suelo con gran estrépito ¿Está loco? Pienso mientras trato de ayudar incorporarse a Claudio, que apenas mantiene el equilibrio y a comenzado a sangrar por la boca.
-¡Todo esto es culpa tuya, hijo de perra!- grita el chico rubio cuyo nombre no me viene a la cabeza.
-¿De qué hablas? No he hecho nada.
-Si que lo hiciste, anoche. Te dejaste besar por Judy, no intentes negarlo porque te vi.
-¿Acaso te gusta Judy?- digo cuando veo que no me entero.
-Venga, no estoy tan loco como para que me guste esa sucesora de la Santa Madre Teresa de Calcuta.
-¿Y entonces?- grita Claudio enfadado por el ataque.
-Symphony.- dice bajando el tono.- A ella le gustas, y por eso, por eso se ha ido.
-¿Qué?-dijimos los dos.
-Cuando vio que te besabas con ella se puso fatal, la tuve que llevar a mi casa y me quedé despierto para cuidarla. Tras desayunar me dormí y me dejó una carta diciendo que iba a convertirse en la líder de las fuerzas armadas.
-No puede ir sola, sólo en el trayecto del bosque puede morir. Yo hace tiempo que quiero hacer una expedición, pero no puedo abandonar a mi familia.
-Yo ya hablé con mi familia, se encargarán de los gastos de vuestras familias, por favor, id conmigo.
-¿Por qué te importa tanto esa chica?- dice Claudio ya más calmado.
-¡Porque la amo! Estoy enamorado de ella desde que la conozco, pero ella sólo tiene ojos para ti y tú eres incapaz de ver que es una chica maravillosa.
-Al igual que tú quieres a Symphony, yo quiero a Judy.
Me veo contemplando una conversación en la que tan sólo soy un oyente, pues aquello no me atañe y no me siento para nada identificado con ellos. Un rato después de que el chico rubio, Fausto era su nombre, se tranquilice fuimos a hacer la maleta. Claudio fue a despedirse de Judy, pero esta dijo que iría con él, que no le abandonaría por nada del mundo. En ese momento Fausto finje pegarse un tiro en la sien usando de cañón sus dedos índice y corazón. Parecía disgustarle ese romanticismo empalagoso que tenían los dos, aunque creo que eso era porque le gustaría hacer lo mismo con Symphony. Yo me despido de mi familia, cuando lo hago, mi madre ya sabe que pretendía investigar lo de las destrucción del pueblo, así que pongo mi cara de chico bueno antes de irme. Cuando estábamos en el control para salir del pueblo revisan como siempre nuestras posesiones, buscan cualquier clase de arma, y si la tenemos cuando es ilegal nos la retiran. Por suerte los cuchillos de cocina es algo que se permite llevar, aunque a Judy le confiscan el látigo que había tratado de esconder.
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En el bosque son un verdadero estorbo, hacen mucho ruido, con cada paso rompen una rama o hacen crujir una roca, ni siquiera tienen cuidado con los insectos y las plantas tóxicas. He de explicarles por el camino de lo que no han de fiarse, de como no confundir las plantas y de evitar los bichos con ciertos repelentes. Como se hace de noche rápido nos vemos obligados a parar para encender una fogata en la cual calentarnos para no morir de frío cuando pasaramos la noche. Symphony nos lleva unas cinco horas de ventaja, porque ella es de esas chicas cabezotas que no se paran cuando tiene algo en mente, así que no habría hecho descansos y por la noche es capaz de continuar en su avance. Espero que no le pase nada ya que es una de mis mejores amigas, a pesar de lo bruta que es le tengo cariño. Estoy pegajoso a causa del sudor que envuelve mi piel, de ahí a que tenga la camiseta adherida al cuerpo y me haya empezado a picar el cuerpo como si tuviera hormigas recorriendo, que también las había, pero eran inofensivas.
-Esa chica no tiene remedio, mira que largarse así por las buenas.- dice Judy molesta.
-Cállate.
-Fausto, no hables así a mi novia.
-¿Crees que la podremos alcanzar?- me pregunta ignorando a Claudio.
-No lo sé, pero lo más probable es que ella pare por ciudad Shine para coger provisiones, está a cinco días de aquí con buen ritmo.- digo tratando de calmar al chico.- Allí deberá hacer un descanso y la encontraremos.
-Ojalá no le pase nada, aunque nos llevemos mal no le deseo nada malo sólo quiero que lo sepas.- aclara Judy a Fausto.
-Está bien, pero espero que no pienses que ahora me caes bien.
Se apoya contra un árbol carente de musgo antes de taparse con la chaqueta y cerrar los ojos para descansar. Yo me acurruco en el suelo cubriéndome con una manta por el frío que hacía de noche, los tortolitos en cambio se abrazaron para darse calor. El aire helado choca contra mi cuerpo, no puedo dormir, doy vueltas y vueltas. Pienso en que le puede haber sucedido a la ciudad natal de mi abuelo, y de que ahora estaba un poquito más cerca de descubrir la verdad sobre lo sucedido hace cuatro décadas.
Al despertar el sol no nos daña, pues son pocos los rayos que entre tantas hojas lograban filtrarse entre ellas tornando el paraje de un tono esmeralda que también nos llegaba a nosotros. Me froto los ojos con las manos cuando me despierto, los grillos diurnos han comenzado a canturrear de forma animada, mientras yo todavía estoy somnoliento. Despierto al resto con gritos ruidosos al más puro estilo militar, la chica pega un grito mayor que los berridos que yo estaba saltando. Fue un chillido agudo de esos que rompen los cristales, tuve que taparme los oídos con las manos y Fausto, quien era de sueño profundo abrió los ojos de golpe. Nos comimos unas manzanas de sabor dulce y delicioso que habíamos comido de un manzano al cual habíamos examinado con rigurosa atención.
El camino seguía estando plagado de peligros, algunos de asombroso tamaño, como escorpiones. Me arrepentí enseguida de que la chica nos acompañase, era una princesa en lo que se refería a insectos, salía corriendo en cuanto veía a uno. Por aquí estoy seguro de que había pasado alguien, las ramas estaban rotas y había sangre ya seca por el suelo y el follaje, sólo eran unas pocas gotas pero me llenaba de preocupación, formándose un nudo en mi garganta. El muchacho rubio se tensa al ver aquella mancha roja salpicando el verde del bosque, pero no muestra sus sentimientos. Acelero el paso sin aviso previo, ya me muevo con comodidad a través del bosque y Fausto parece haberse adaptado también. La otra mitad del grupo es torpe en lo que se refiere a campo a través, por lo que no podemos alejarnos mucho de ellos. El aire que nos llega es fresco, pues aquel entorno natural protegía del calor y los árboles nos mantenían a una buena temperatura. En una parte del camino vemos unos rosales en flor, son de color rosa chicle muy llamativo, Claudio corta uno sin tener en cuenta las espinas y se lo da a su chica. Fausto finje tener arcadas en el momento en el que usa lo que él llama: una frase barata de casanova. Yo asentí ante sus palabras, aquello ya excedía lo cursi, era sumamente empalagoso, hasta parecía que estaban teniendo su luna de miel en este momento. Además nos atrasaban bastante en nuestro trayecto con tanto tropiezo y anderes torpes.
A medida que avanzamos hay menos árboles, huele a tierra mojada, por lo que debe haber algún río, cerca. Judy tiene buen oído y es capaz de localizar la ubicación de la fuente de agua, donde llenamos las cantimploras. Había también unas extrañas huellas en el suelo que no eran humanas, según dijo chico rico, eran marcas de yaguarundi. Según explicó los cojinetes de los dedos están separados de los del plantar más que en otros felinos y al juzgar por el tamaño era el único animal que las podría haber hecho. Un animal, eso sí que no era habitual por aquí, jamás había visto uno. Fausto estaba un poco pálido cuando se dio cuenta de que los más probable es que la sangre fuese de Symphony al ser atacada por la criatura.
-Ella fue atacada por este animal.- especula Fausto.
-Puede ser, ¿Pero quien dice que la sangre no es del animal?- apunta Claudio.
-En ese caso lo más probable es que haya sangre de los dos.
-A lo mejor no es ninguna de esas cosas.- digo casi por decir, pues es lo más probable.- Está la posibilidad de que no le haya pasado nada y que la sangre sea del animal porque le ha picado un insecto qué provoca trombocitopenia. Y si le ha pasado algo no deberíamos de hablar sino darnos prisas.
Me dieron la razón y seguimos caminando hasta que nos dolieron los pies. Esta vez nos movimos de noche para acortar distancias, esa vez el silencio nos envuelve en su manto de desesperación y penumbra. La linterna no era una buena opción, pues atraía a mosquitos, hasta la pantalla de mi móvil lo hacía y eso que casi era de las de blanco y negro. A Fausto esto no le importaba mucho, pues con el móvil buscaba cobertura para enviar un mensaje a Symphony, lo que no supo es si le llegaría.
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Pasaron un par de días y dejamos atrás el bosque pasando a lo que sería una enorme llanura de hierbas altas aparentemente más inofensiva que su predecesora. Allá en el horizonte no se veía nada ella debía haberse dado prisa, o quizá se había escondido de nosotros. No debíamos permitir que llegara a la base, ella no sobreviviría allí, hasta a mi padre le costó aún cuando había estado más de dos años preparándose. Esa chica es un peligro, pienso, lo bueno es que seguía viva. La prueba que teníamos fue un mensaje, la respuesta al mensaje de dos días, ya habíamos recuperado la cobertura y vimos pasar a los camiones blindados de camino a nuestra ciudad. Eso era bueno, significaba que estábamos cerca de Shine, la ciudad de los destellos. Era una ciudad muy conocida por sus espectaculares desfiles y fuegos artificiales, además allí estaba el parque de atracciones más grande del mundo.
Esa misma noche ya vemos las luces de la extraordinaria ciudad, Fausto vuelve a contactar con Symphony y logra convencerla para que nos veamos en la ciudad cuando lleguemos. Las pequeñas serpientes que descubrimos que hay entre la hierba no nos detiene en nuestro avance, seguimos caminando toda la noche logrando que el cansancio no nos venza, lo mismo hacemos por el día. Caminamos, caminamos y caminamos hasta que vimos la entrada. Estábamos sucios, un poco deshidratados y hambrientos, pero había merecido la pena, ya estábamos cerca. Ya íbamos a encontrarla.

martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 2: No me rendiré ante el mundo

Narra Symphony 
Esos tres todavía no han llegado, hace varios días que no veo a Claudio, eso es algo que me desespera. Llevo brazaletes que se iluminan en la oscuridad, un vestido negro con franjas del mismo material luminiscente de los brazaletes y una diadema de luciérnaga. Parezco un extraterrestre, pero ahí todos lo parecen, mis piercings son pocos en comparación con algunos tipejos. Visten de forma muy ostentosa, todos visten así. El olor a porros hace que arrugue la nariz, la gente mete en sus cuerpos cosas que dan asco. Aunque yo no debería hablar, en ocasiones me he dejado arrastrar por malas influencias y he acabado probando alguna que otra cosa, como drogas de diseño. De eso hace ya un par de buenos años, Fausto quien evitó que siguiera por ese camino. Él era de la clase alta, un muchacho bien educado que no se creía superior al resto, era muy inteligente, amable y tierno. Era mi mejor amigo, le tenía en muy alta estima, hasta le admiraba. Él estaba a mi lado, con un traje gris, una blusa negra y una corbata roja. Chasqueo la lengua envuelta en impaciencia cuando pasan diez minutos más, me sentaría, pero en el suelo hay desde colillas hasta condones. Sentí nauseas al pensar en lo que había pasado justo donde Fausto y yo estábamos pisando.
Un. Dos. Tres. Los minutos se suceden uno a uno, siento que la velocidad aumenta paulatinamente. Al final llegan con retraso, pero llegan. Cuando Fausto habla con el gorila enseguida nos dejan pasar, eso era por su posición, porque sus padres eran dueños de una gran empresa. Él me lleva de la mano hasta la barra, una vez allí pide un refresco y yo prefiero whisky. El alcohol es algo que controlo mejor que nada, estoy acostumbrada a beber desde los trece. Judy se pasa con la bebida, ella es lo que se dice una niña mimada, no acostumbra a beber. Llega un momento en el que ya no se sostiene en pie, se tambalea y Vachel la sujeta. Estaba lo que se dice muy pedo, me hizo gracia hasta que pasó aquello.
Se volvió a tambalear un poco cayendo sobre Claudio, quien la sujeta por la cintura ¿Y qué hace esa zorra? Besarle. Casi le mete la lengua en la garganta del morreo que le metió.
Fulmino con la mirada su rostro de niña pija mientras apreto con fuerza el vaso que lo estallo y me hago sangre. El camarero, que se llama Félix, me dice que no pasa nada por lo del vaso. Me entrega un paño para que me limpie y yo se lo agradezco, realmente era una buena persona. Su rostro intimidaba a la gente, no era lo que se dice un hombre agraciado, pero lo compensaba con aquel carácter tan servicial que tenía. Fausto me quita las fibras de cristal que se me han quedado incrustadas en las heridas antes de limpiarme con cuidado. Que mal día estaba teniendo, parecía una mala jugada del destino. Salgo fuera enojada y bastante ebria, no me puedo creer que el chico que me gusta se haya besado con mi rival, con la persona a la que más odio. Le digo al gorila que custodia la puerta que me largo, que no pienso volver a ese antro. Salgo del callejón tiritando de frío, con los brazos cruzados dándome calor y cuando encuentro el primer banco me siento apoyando la cabeza entre mis manos, sintiéndome estúpida. La mano me escuece las heridas, pero eso era bueno, al menos sentía algo porque el resto de mí parecía muerto. Alguien me toca el hombro, cuando alzo la cabeza distingo con mis ojos llorosos el pelo rubio de Fausto que brillaba como oro por el efecto de las farolas. Se sienta a mi lado sin decir nada, yo me recuesto sobre su hombro ya medio inconciente, él no se molesta por mí comportamiento y yo me quedo dormida por la cogorza.
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Mi cabeza, me duele mucho, siento que me han dado cientos de martillazos. Debe ser la resaca por el exceso de ayer, eso espero, porque si así es estar normal no quiero vivir. Me levanto despacito, creo que la cabeza me pesa más de lo habitual, cuando me incorporo veo que no estoy en mi casa. Algo se mueve debajo de la sábana, hay alguien, ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho? Tengo muchas lagunas sobre lo sucedido anoche. Me miro, estoy vestida, creo que eso es buena señal. Tengo miedo de ver quien duerme a mi lado, aunque creo que no he hecho nada de lo que tenga que arrepentirme. Me devano los sesos tratando de recordar lo que hice anoche, pero recuerdo únicamente a la estúpida de Judy y a Fausto consolándome después. No. Definitivamente no. Fausto no puede ser el que está a mi lado, pero al mover la sábana veo que sí que es él. Le sacudo el hombro con brusquedad para despertarle, necesitaba explicaciones.
Él también está vestido, con pijama, pero vestido. Se lleva una mano a la boca al bostezar, él no se toma ninguna prisa en despertarse, va a su bola. Trato de tener paciencia, pero debe haberse acabado porque me coloco sobre él, le sujeto por los hombros para que no se mueva y le digo que me cuente lo que sucedió anoche. Por alguna razón que no me importa se pone colorado cuando me acerco a él.
-¿Qué hemos hecho?- vocifero como una loca.
Al entender a que me refiero el rubor de sus mejillas aumenta.
-No hemos hecho nada.- dijo evitando el contacto visual.
-¿En serio?
-En serio.- afirma con una media sonrisa.
Le suelto y me acuesto boca arriba en la cama, con la respiración más controlada. La cabeza me duele una barbaridad, pero el saber que no me había acostado con él era mejor. Él me mira un poco enojado y presiona mi mejilla con su dedo índice.
-¿Tanto te molestaba tener tu primera vez conmigo?- dijo dolido.
-No es eso, es que si hubiera pasado algo anoche lamentaría haberlo olvidado.- sentí como le brillaban los ojos.- A lo que me refiero es a que quiero estar lúcida, sólo a eso.- enfatizo.
Que situación más incómoda, no me podrían salir peor las cosas. Fausto habrá pensado que me gusta, aunque él sabe que estoy enamorada de ese imbécil de Claudio. Me levanto de la cama casi de un salto para buscar mis zapatos y salir corriendo de ahí. Fausto se pone delante de la puerta cuando intento salir y le gruño.
-No permitiré que recorras el camino de la vergüenza.
-Me da igual lo que piense el resto.
-Pero yo no quiero que piensen mal de ti. Esperaremos a que pasen un buen par de horas, desayunaremos algo, luego te pondrás la ropa de emergencia y te llevaré a casa.
Ni me acordaba de la ropa de emergencia, hacía meses que lo habíamos hecho y nunca habíamos tenido la necesidad de usarla. La ropa de emergencia consistía en un conjunto de ropa que guárdabamos en casa del otro por si alguna vez nos pasaba algo, como mancharnos o rompernos la ropa. Jamás pensé que la tendría que usar para que nadie supiera que había pasado la noche fuera de casa. Pensé que tendría alguna llamada de mis padres, pero ellos pasan de mí igual que yo de ellos. Le pregunto a Fausto si me puedo duchar en su casa, el asiente y me entrega la ropa para que me pueda cambiar. Uso agua fría, me congelo bajo la alcachofa y aunque no logra que se me pase la resaca, al menos me despejo un poco. Me pongo la falda plisada de estilo escoces con cadenas junto con una medias negras, una blusa de botones blanca, una corbata negra y unos botines rojos. Cuando salgo del baño me llega una fragancia deliciosa, crepes con nata y frambuesas. Al lado de mi plato también hay una botella con agua para ayudarme a pasar la resaca. No puedo evitar dedicarle una sonrisa con un agradecimiento casi inaudible. Era un tío legal, esa era la razón por la cual es mi amigo y le tenía en tan alta estima. Al comer lo hago el silencio, igual que él, lo único que se aprecia es el sonido de los cubiertos chocando con el plato. La mano me escuece cuando uso los cubiertos, pero me aguanto.
-No deberías beber tanto, si yo no te hubiera traído a casa podrías haber acabado en la cama de cualquiera.
-Yo, no quería ser una molestia para ti, siempre acabo siendo una carga.- musito antes clavar el tenedor a una inocente fresa.
-Entiendo por qué te pusiste así, cuesta ver a la persona que te gusta babeando por otra y más debe doler si le ves besando a esa persona.
-Siento ganas de morirme, yo le quiero, no sé porqué es así, pero no puedo cambiarlo. Mi respiración se acelera cada vez que le veo, me ruborizo, tartamudeo y digo tonterías.
-Lo que te ocurre es normal, forma parte de nosotros y somos tan tontos que elegimos a la persona imposible.- dijo antes de acabarse su plato.
-Quiero arrancarme ese sentimiento del pecho y destruirlo, lo aborrezco.
-Es una de las cosas que nos hace humanos.
-Y débiles.- añado enfadada.- Lo que no nos hace fuertes, es inútil e innecesario.
-¿Y tú que sabes? A lo mejor hasta te gusta sentir que alguien te ama y que te espera en casa
-Puede que quizás me guste, pero por eso no deja de ser inútil. Te hace débil.
-Creo que nos fortalece, saber que tienes alguien en quien confiar.
-No estoy de acuerdo.
-Terca.- me dice con los brazos cruzados.
-Anda que tú.
Suelta una risa que intenta ocultar antes de coger los platos y comenzar a fregarlos. Es una risa cariñosa, de esas que aunque sea costa tuya no te importa. Del resto sí me molestaba, pero a él le conocía tanto y desde hace tanto que eso era normal en nosotros. Es muy placentero hablar con él de casi cualquier cosa, tenía un tono de voz precioso, suave y cálido que daba gusto oir. Me acuesto en su cama y él a mi lado, me bebo la botella entera en menos de media hora, el dolor no remite, pero se calma un poco. Al final se queda dormido mientras hablamos, al parecer no pudo dormir bien por mi culpa. Le tapo con la colcha de algodón de color verde y le contemplo unos segundos, era un chico muy bello. Yo me voy al salón para dejarle descansar, ahí permanezco pensando en que estarán haciendo aquellos dos tras el beso de anoche. Un escalofrío me recorre la espalda y me doy cuenta de que prefiero permanecer en la inopia. Vuelvo líquido mi dolor en forma de cristalinas lágrimas durante el tiempo en que Fausto dormía. Debí declararme, debí ser valiente, debí dejar de ser una niñata engreída. Ahora lo había perdido todo y no había marcha atrás. Debo dejar de ser una imbécil y crecer de una vez por todas, aunque eso significara dejar atrás todo lo que me importa. Demostraré a todo el Consejo, incluyendo a mi padre, que puedo ser alguien en esta vida. Lograré convertirme en líder de las fuerzas armadas, de nuestra ciudad. Escribo una carta de despedida a Fausto y la coloco a su lado. Quiero abrazarle una última vez porque no sé el tiempo que pasará hasta que nos volvamos a ver, pero temo despertarle, por lo que me voy.
  *     *     *     *     *     *     *     *    *
Mi casa está vacía, sólo se escucha a la nada dominante, el silencio que me inunda. Meto todo lo que necesito en una bolsa de deportes. He de llegar a la base de las fuerzas armadas que se encuentra entre las montañas Delphos. Me llevo la blusa de emergencia de Fausto, quiero tener algo que me recuerde a él, algo a lo que poder agarrarme cuando me fallen las fuerzas, ya le echaba de menos. No me olvido de coger mi saco de dormir, tendría que pasar varias noches a la intemperie, porque a pie se va muy lento. Odio que los lugares estén tan aislados, hasta prohibían el uso de vehículos para que costara alcanzar aquel lugar.
Los que allí iban era para entrenarse y obtener un puesto, así que ir hasta allí era la primera prueba. Más allá del bosque dicen que habían criaturas salvajes, sedientas de sangre y deseosas de carne, yo nunca las había visto. Por si acaso me llevo mi puño de acero junto con varias otras cosas que podría necesitar, incluyendo una pistola que había robado de una casa que estaba en las afueras, por el bosque. Cuando tengo listo todo salgo con sigilo y me escabullo hasta los suburbios, ahí se podía salir sin tener que pasar por el control. Era lo más fácil del plan de no ser porque me encontré con él.
-Hola, Symphony. Ayer te fuiste muy rápido, temí que algo te hubiera pasado.
-Que te jodan.
-¿Estás molesta por algo? Y además, ¿qué haces aquí?
-Estoy bien, sólo vine a ver a alguien, nada importante.- las mentiras salieron de mi boca con suma rapidez y naturalidad.
-Oh, pues entonces no quiero hacerte llegar tarde, me alegro de haberte visto.
-Lo mismo digo.- esa mentira fue más dura.
Me largo de ahí casi corriendo, ver al hombre que me había partido el corazón y saber dominarme para no matarle era algo difícil, huir como estaba haciendo era muy sencillo. Claudio prácticamente vivía como un mendigo en este lugar de mala muerte, donde las carreteras son de tierra y las casas a penas se sostienen, aún así era más feliz que yo. Yo, que era hija de un miembro del Consejo, una persona con una buena educación y que vivía en una casa grande en la que era la única hija era incapaz de obtener un ápice de felicidad. Aprieto las mandíbulas con fuerza y rechino los dientes hasta tal punto que creo que se me ha salido un empaste, pero cuando llego adonde está la salida me olvido de todo y sólo soy capaz de ver un comienzo.
Aparto el tablón de madera humedecido por la lluvia de hace un par de días, está cubierto de tierra y se me queda pegada en las manos. Me limpio con la parte interior de una de las perneras, para ocultar que lo he manchado. El bosque me parece un lugar de lo más peligroso y mortifero. Hay árboles frondosos de largos troncos, algunos cubiertos de musgo y otros sin él. Muchos arbustos, es de lo que más hay, me llegan hasta las rodillas y creo que son venenosas porque me producen urticaria. Lo que más me preocupan son los bichos, pues cuando robé el arma de fuego me topé con una extraña mariposa muy colorida y llamativa, esas eran las más peligrosas. La mariposa se me posó en el brazo y unos instantes después la piel se me puso roja y me comenzó a provocar un ardor insoportable, tuve que mentir cuando fui al hospital y dije que encontré el insecto en el parque, según dijeron podría haber muerto por el veneno. En el bosque debía estar ojo avizor.

Capítulo 1: Lo que nos ocultan

Narra Vachel
Hace más de 40 años que nuestra ciudad fue destruida, mi abuelo todavía me cuenta cambiando un poco los hechos, lo que ocurrió. Si lo contara fielmente tal vez no sería capaz de dormir. Dice que fue sangriento, pero se niega a otorgarme más detalles.
Ahora que he crecido y tengo edad para valerme sólo, he decidido que es el momento de saber la verdad. Lleno de agua mi cantimplora, luego me guardo un par de manzanas en la mochila antes de colocarla sobre la cama. Como somos una familia muy humilde, apenas tenemos para subsistir. Los muebles que tenemos los hemos encontrado tirados por la calle, algunos están rotos, pero al menos ahora tengo un lugar donde dormir. Mi padre falleció en una guerra de mierda a la que nunca debió ir, él y su maldito orgullo. Al recordarle pego un puñetazo a la pared y le hago un agujero, ¡Hala! Ya tengo ventana nueva. Me voy procurando no destrozar más nada por el camino, al salir me encuentro con Claudio apoyado en la pared.
-Tío, te he dicho que prefiero ir sólo al trabajo, eres peor que mi madre.- digo empujándole por el hombro.
-Hace casi una semana que no te pasas por el curro, vas a hacer que nos echen, joder. Vengo a asegurarme de que vas, no pienso volver a cubrirte.
-Lo sé, lo sé.
Tenía suerte de tenerle como amigo, pero era un poco pesado y al verle con la ropa manchada de tierra, la botas con barro pegado a las suelas y el mandil envuelto en sangre de algún animal se me asemejaba al asesino psicópata de alguna película de terror. Se coloca un mechón de su pelo castaño detrás de la oreja antes de asestarme un buen golpe en la cabeza con todas sus fuerzas.
-Pues parece que no lo sabes, llevo cortando carne durante tantas horas que se me ha quedado impregnado el olor en el cuerpo, y encima no gano más por ello.
-Ya te lo compensaré, no te cabrees.
-Pues como no te conviertas en una tía...
-¡No me refería a eso! Me refería a dinero o a ayudarte.
La carnicería estaba en la zona de la clase media, ahí las carreteras estaban asfaltadas, las casas bien pintadas con las tejas en su sitio, había árboles que adornaban la acera y la gente paseaba sin miedo. Era todo lo contrario a los suburbios, donde los más parecido a una tienda eran los mercaderes que pasaban de vez en cuando. Hasta el aire que se respira es distinto, es más limpio y puro que el nuestro. Ojalá mi madre y mis hermanos pudieran vivir aquí, pienso con tristeza. Abro la puerta del local y suena una dulce melodía para avisar de que hemos llegado al trabajo. Cojo el mandil con repugnancia cuando recuerdo que me lo tendría que poner, estaba casi en su totalidad de color rojo.
Trato de ser amable con los clientes que vienen, aunque me cuesta una barbaridad ya que hay algún cliente que otro con excesivos aires de grandeza. El olor de sangre siempre me marea un poco, pero llevo aquí tanto tiempo que me he logrado controlar.
En toda la ciudad, desde los suburbios hasta la zona de la clase alta, incluyendo sus alrededores, nunca he visto a ninguno de los animales que tanto acostumbro a despedazar. Lo que sé es que todos los días llegan unos camiones blindados que dejan en todas las tiendas la carne, el pescado, los vegetales y hasta los productos variados como el aceite o la mantequilla. Si esos camiones no pasaran cada mañana moriríamos como perros, pero siempre llegaban, hubiese tormenta o sol allí estaban. Ahí sin duda había gato encerrado y recuerdo que mi abuelo dijo hasta el día de su muerte que para los que traían los suministros nosotros sólo éramos como sus mascotas y que tarde o temprano se aburrirían de nosotros. La verdad es que tenía toda la razón, dependemos de unas personas a las que ni siquiera conocemos.
  *     *     *     *     *     *     *     *     *
Cuando acabo el turno de diez horas son las ocho y algo. Así que la noche ya nos acompaña por el camino, las luces de la calle están encendidas, la gente aún sigue fuera, visitando tiendas y pasando el rato.
-¡Vachel!¡Claudio! No os vayais aún, esperad.- es una voz femenina la que nos llama, es Judy.- Me las he pasado cocinando, por eso no pude pasarme por la carnicería. Esto es para vuestras familias.
Dijo dándonos a cada uno una olla con algo que olía de maravilla. Trago saliva sin darme cuenta, estaba muerto de hambre, dos manzanas al día no llenaba nada. Claudio se acerca a ella, le da un beso en la frente, le da la gracias y entonces ella sonríe con las mejillas encendidas. Yo también le doy la gracias, de corazón, es una de las mejores personas que he tenido el placer de conocer. Para ser de clase media era una chica muy amable y atenta.
Cuando nos despedimos de ella y proseguimos nuestro camino escuché a Claudio suspirar. Le miré extrañado, eso era algo muy inusual en él, pero aunque siente que le observo parece incapaz de responder. Yo, como buen amigo que soy, me pongo de pesado hasta que finalmente lo suelta todo. Confiesa para mi sorpresa, que se siente atraído por Judy, pero que no sabía si declararse o no, sobre todo porque ella en comparación con él era rica. Por esa razón aún no había decidido que hacer, a mi me parecía que ella estaba colada por Claudio y viceversa. Cuando llego a casa enciendo la pequeña cocina de gas que teníamos, para tener la comida caliente. Saco de un estante cuatro platos y unos cubiertos, Judy nos había preparado estado de lo que parecía ser ternera, era un festín para nosotros. Mis hermanos casi gritan al ver la comida y mi madre sonrió alegre.
Contemplo mientras a mi madre, con la mirada ojerosa por el excesivo trabajo y la piel pálida por malnutrición. Liz y Jay, mis hermanos, tienen mejor color, ellos comen en el colegio gracias a las ayudas para las familias como nosotros, que apenas tienen un duro. Todos me dicen que le dé las gracias a Judy por ser tan atenta y yo al día siguiente selo agradezco una vez más. Como es domingo me libro de trabajar, en vez de irme a pasar el rato, me a lo que era la casa de mi abuelo.
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Para ir a ella había que ir a las afueras y adentrarse en el bosque que había allí cerca. El sitio estaba plagado de plantas e insectos venenosos, aunque si uno sabía por donde ir era una bonita excursión. Me ayudo de un árbol para escalar una empinada cuesta, me apoyo en una raíz que sobresale del suelo y con la mano que tengo libre logro subir. Me paro al ver a una especie de libélulas moradas, eran venenosas, si me acercaba demasiado a ellas me paralizarían con el polvo que desprendían sus alas. Quieto. Permanezco sin moverme todo el tiempo hasta que se van, hasta que no oigo ningún ruido de batir de alas. Aquí no hay animales, pero insectos hay para dar y regalar. Las hojas caídas junto con las ramas hacen que delate mí posición a cada paso, cualquier curioso podría seguirme, yo no quería eso. Acelero el paso cuando reconozco un árbol seco y retorcido con una cruz en el tronco grabada con un machete, ya estaba llegando.
No me equivoqué, ahí estaba la pequeña casa, con la pintura desconchabada y las tejas rotas. Abrí la puerta con la llave que llevaba al cuello, apartando la mosquitera cuya existencia no recordaba. El olor a tabaco me golpeó al entrar, hacía tanto que no venía que ni siquiera recordaba aquella nauseabunda peste que me irritaba la nariz y que hacía que me lloraran los ojos. Me tapé la parte inferior de la cara con el cuello de la camisa antes de dar otro paso.
Todo estaba como lo recordaba, el pequeño salón del abuelo con una tele que tendría más años que él, la mecedora donde se sentaba a limpiar su rifle, el sillón con florituras donde los hermanos y yo nos sentábamos a escuchar sus historias, la estantería repleta de fotos, cajas de latón, libros sobre armas y tanques antiguos... Era un lugar repleto de recuerdos, recuerdos que a veces era mejor que permanececieran en el olvido. Dejo atrás la habitación para irme a su dormitorio, allí tenía las cosas que había salvado de nuestra ciudad. Aunque yo nací aquí, me hubiese gustado criarme donde mí abuelo, porque allí, según dice, teníamos más poder adquisitivo. Exhalo un suspiro de una nostalgia que no debería existir antes de abrir su baúl de los recuerdos. Dentro hay álbumes de fotos, cartas, mapas antiguos, un broche y poco más, eso es lo que mí abuelo y su familia, incluyendo a mi padre, pudieron rescatar de toda una vida. Abro mi mochila y meto un par de cartas, los mapas, un par de fotos de la antigua ciudad y el broche, porque me parece valioso. El resto lo dejo intacto, sin dejar huellas marcadas sobre la superficie de los muebles polvorientos. La cama ni siquiera la toco, la estructura de metal está oxidada y no estoy vacunado contra el tétanos, así que prefiero prevenir.
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Al llegar escondo las cosas para que nadie las vea, no quería bronca con mi madre. Como todavía es temprano me da tiempo de salir por ahí con Claudio, Symphony y Judy. Encontré primero a Symphony que callejeaba como siempre sin prestar atención a los que la rodeaban. Cuando me vio me saludó con un movimiento de cabeza casi imperceptible, se acercó y se quitó la capucha de la sudadera negra que tenía orejas de gato. Al dejar su rostro al descubierto puedo ver los numerosos piercings en cejas, nariz y boca, todos de color negro en contraste con su piel de porcelana. Su pelo del color de la tinta azul era fino y lacio, en un corte recto sencillo a la altura de la barbilla.
-¿Te vas a venir a la inauguración de Nova?
-¿Nova?
-Un club que recién se abre hoy a medianoche, vente conmigo y trae si quieres a esos dos, beberemos hasta vomitar.
-Creo que es: hasta reventar.
-Sé bien lo que he dicho, yo invito a la primera ronda.
-No tengo ganas de ir.- dije tratando de no contagiarme de su entusiasmo.
-Vendrás, lo mismo que Claudio y Judy. Os espero a medianoche, es en el callejón Angra.
Puse los ojos en blanco y ella levantó el dedo del centro de su mano derecha mientras hacía una pompa con el chicle. Se dio la vuelta y siguió caminando como si nada, luego se despidió alzando la mano ya de espaldas a mí. 
Voy a casa de Judy para devolverle la olla, su madre fue quien me abrió, una mujer sencilla con el pelo recogido en un moño alto y un delantal de cocina atado alrededor de la cintura. La señora Campbell es una persona cándida, muy amable, su hija se parecía mucho a ella. Al preguntar por su hija me responde diciendo que ha salido con Claudio ¿Se habrá declarado a Judy? Por si acaso no llamo a ninguno de los dos, sino que les mando un mensaje con mi móvil del año de la pera.
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Me voy a casa y hago las tareas domésticas, porque mi madre  trabaja hasta el domingo. Obligo a mis hermanos a hacer los deberes para que no sean castigados, no quiero que los expulsen. Mi hermana no se queja, en cambio, mi hermano comienza a replicar a la primera de cambio. Le callo casi de un golpe, pero se calla al ver que tengo la venas más marcadas de lo habitual. He de ser un ejemplo a seguir para los renacuajos, por eso he de comportarme bien ante ellos.
Anochece y me cambio de ropa, unos vaqueros oscuros, una blusa ajustada y un blazer. Espero no llegar tarde.